octubre 24, 2006

Observaciones...

Tras el almuerzo, que consistió en carne asada, huevos y papas fritas, algunas remolachas y zanahorias hervidas rociadas con aceite de oliva y pimienta, comentó que nos liberaba de su presencia; él caminaría de regreso y se tomaría una copa antes de ingresar a Niza, como para recuperar las fuerzas. Anna me tomó del brazo y mirándome sugestiva me dio a entender de seguirlo. Así lo hicimos tras la consulta, asegurándonos de no importunarlo.
— ¿Por qué habrían de incomodarme? Me siento bien solo o acompañado; la vida se hizo para eso… Camino porque me gusta el paisaje humano de esta zona del mundo. Pocas personas aprecian el baluarte sentimental del sur de Francia. Todo esto —ilustró haciendo un arco con el brazo sobre el panorama— desde Marsella hasta Milán y desde el Mediterráneo hasta Berna, es un mundo aparte del universo cotidiano, que pareciera estar, créanmelo, clavado en mis emociones. No se qué es. Tal vez viví gratos momentos en esta zona en alguna vida previa, si eso es cierto —sonrió astuto—, y es por eso que me atrapa; los ambientes, los recodos, los pájaros ¡hay aves voladoras en todo el mundo que recorro, pero estos son mis pájaros!, pocos en verdad, pero míos; me es inevitable embelesarme con este paisaje de casitas tan ensoñadas y las vistas tan satisfactorias; me inflama el ego, no puedo explicarlo. La soledad del paisaje humano me hechiza. De vez en cuando descubro alguna muchacha mágica que aparece a la distancia —señala con un dedo a un lugar impreciso— entre los arbustos y vuelve a desaparecer como si las imágenes por sabrosas, jugaran con mis ambiciones de observador. Hay encantamiento —acentuó mirándonos a los ojos—. He tomado fotos de estos lugares —comentó— pero lo que sirve, créanmelo, es lo que se ve transitando el paisaje —se señala los ojos—. Las fotos captan un poquito, apenas. Las pinturas en cambio logran algo —quedó pensativo unos segundos—, sí, tienen algo más que las fotos —se excitó—, pues hay sentimientos volcados tras cada pincelada… pero la naturaleza es superior. Miren esa nube —señaló al cielo— y díganme, ¿no es mejor artista Dios que todos nosotros? ¡Ese barbudo eterno sabe muy bien cuanto lo envidio! —rió mirando al cielo—, y en su nombre y en su Gran Arte dicho así, con mayúsculas, hemos de tomar un kirsh al recodo de la avenida… Es lo que hace bien, estamos cerca, ya verán, es necesario y refrescante, porque nuestro Dios, el de cada uno de nosotros —esgrimió el índice jugueteando entre nosotros— nos acompaña en el festejo de la vida.
Anna lo asió también del brazo y los tres entrelazados, descendimos hacia Pessicart por Chemin des Sablières…

(Fragmento de Quince Días, inédito de L. J. Gurmandí)

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