octubre 19, 2006

En la terraza del Boscolo...

— Las personas que se me acercan, a las que llego, merecen ser apreciadas —comentaba— porque entre millones de seres en el mundo, algo las coloca en mi camino o a mí en el de ellas. Lo llamo respeto por el hallazgo. Aún cuando tu música no me gustase o a vos tampoco mis pinturas, estamos juntos en un momento de la vida y eso es oro en polvo, que pocas personas saborean. Acontecen dos exquisiteces: estamos comunicándonos al tiempo que estamos vivos. No sucedería tal magia si nos faltase uno de esos componentes. Es lo mismo con un gato o con el paisaje. Es el momento que alimenta la vida. Pasarán los años y Anna recordará los buenos momentos de trabajo, tus arrumacos, vos los de ella, cosas que los Goutier (quienes encargaran la escultura para enriquecer el parque de la casona campestre) ni imaginan porque ellos se han quedado con la Anna que aman, la Anna que yo les hice al bronce, gracias a Anna, a tu amada Anna, la de carne y huesos. Es toda una tortilla de vínculos y eventos que debemos respetar absolutamente por la simpleza de darnos estos placeres. Esta mesa… —echa un vistazo al entorno— desde la que estamos viendo el paisaje mediterráneo, en esta magnífica terraza tan soleada, es un espacio de respeto mutuo: tuyo por venir a tomar una copa y charlar un rato conmigo y mío por compartir tus pensamientos. Es sano, es bueno, nutre, ayuda, enriquece, vale la pena. Otros dirán que es holgazanería. Está bien ¿por qué no? Los que estamos en esta parte del arte debemos ser holgazanes porque ahí reside el pensamiento. Platón no habría hecho lo suyo corriendo una maratón; Dalí no habría hecho lo suyo escalando una montaña; Picasso habría fracasado si se hubiese metido en una empresa a catorce horas diarias. Es necesario esto, lo de tomar un descanso sin límites, sintiendo correr la vida, porque somos parte de ella y es el aprendizaje a no desvanecernos, a no descartar la vida por cosas tan insípidas y abstractas como una empresa; allí se matan por algo tan abstracto como un puesto, maltratan a otros sin saber de quién dependen, son fusibles de todo y creen que están vivos corriendo a más de doscientos con sus máquinas de trescientos cuarenta caballos a seis mil revoluciones por minuto, se acuestan con la bonita del jefe y escalan a puro jugo de carne —sonríe áspero—; cosa que no nos es lejana —guiña un ojo—, al menos nosotros no lo disfrazamos de licenciatura ni profesionalismo —carcajeó—. Debemos dar vida a las buenas ideas y los mejores proyectos que sintamos aquí, en lo más hondo de los sentimientos y para eso, nada mejor que holgazanear —rió apenas, acariciándose el pecho—. No le temas a la vida, es algo muy agradable cuando se la sabe degustar —dijo ufano, palmeándole la rodilla.
(Fragmento de Quince Días, inédito de L. J. Gurmandí)

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