abril 02, 2007

¿Miedo, a qué?

Es bastante común que se hable del temor que provoca la tela en blanco al que se posicione ante el caballete; que es una sensación extraña, de duda a lo que se hará en ese espacio. Es mentira. Todos sabemos, aunque sea en la parte más dubitativa de nuestro comportamiento, de qué es lo que habremos de representar en esa superficie plana, blanduzca y lisa. La farsa del temor acontecería, supongo, a aquellos quienes, desconociendo plenamente de qué trata expresarse, enfrentan por primera vez una tela. Digo: por primera vez. Más, y dudo equivocarme a aquellos que ya han enchastrado una, al decir eso del temor, subestiman al interlocutor. ¿Para qué minimizar al otro? Acepto la casualidad de la duda porque sí, esta acontece de modo primigenio más no dura demasiado, jamás pasa de tres parpadeos para que la mano ejecute la primera impresión sobre la superficie de la tela. Ahí va la carbonilla dejando marcas caprichosas que dan vida a las imágenes más simples, plenas o retorcidas, ensortijadas, de las que se pueda decir algo. Si a pincel directo la mota, el color, la seguidilla de trazos... Cada cuál con su expresión, cada uno dentro del contexto de sus propios pensamientos. Matisse decía a sus alumnos aquello de “cortarse la lengua para expresarse con la pintura” y en el acto de hacer algo representativo, como lo que digo, no hay voz. El pensamiento puro de cada uno está metido en ese momento en el espacio, en la famosa bidimensionalidad que ayuda a recrear formas tridimensionales o las más abstractas, planas, escuetas, carentes de imagen reconocida, sin por esto dejar de ser la expresión humana, el léxico informal de los caprichos de la memoria y sus expresiones. Todo tiene valía como expresión. No hay qué o quien pueda truncar, censurar, invalidar tales demostraciones porque cada una es un momento, un grafismo, una soltura propia. ¿Artístico? He visto trabajos primorosos, de una calidad artística (superior a la mediocridad de sus autores) capaces de superar limpiamente a los más destacados artistas enceguecidos por las luces del éxito. Nada incoherente sabiendo como se deshonran los autores al conocer el éxito, quedándose en algo que no les satisface, por el solo hecho de mantener la compostura de las formalidades que los han llevado a tal ubicación en el podio. Se trata de la mera supervivencia, ya no es una cuestión artística. En cambio el otro (como no tiene nada que perder pues no depende) se expresa absolutamente liberado… He visto, recientemente, el trabajo de una muchachita que me recordó a los fauves con sus colores y pinceladas de expresión irrefrenable. Esa pintura, realizada por una autora de apenas unos doce o quince años, ponía a la vista una composición no solo equilibrada sino acentuada por los colores rojos en la media inferior y amarillos profusos en el área superior, con azules y verdes a los bordes, ajustando el sujeto plástico de un modo como aprendido, cuando jamás fuera su intención ser una artista. La mera diversión fue la que dejó aquella obra a los ojos de quienes supiéramos verla y aprovecharla. ¿Miedo a la tela en blanco? ¿Quién le teme a eso?

(Fragmento de conceptos vertidos -la apertura- durante la mesa redonda del Encuentro de Pintores en la sala de la Dirección de Cultura de Pergamino - 31 de marzo de 2007)

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