noviembre 06, 2006

Chardin

Fue necesario que el pintor Coypel encargara al joven Chardin pintar un fusil en uno de sus cuadros para que este maravilloso artista se enamorara de las cosas, comprendiera el alma y cantara su poema el resto de su vida. Nada en la naturaleza le fue indiferente a Chardin (1699-1779) y hasta los objetos más humildes tentaron sucesivamente su pincel (El bollo, La fuente de bronce). Después de los pequeños maestros holandeses ningún pintor había osado rebajar su talento hasta labores tan modestas.
Jean-Baptiste Simeón Chardin opera el milagro de tratar la naturaleza muerta con una tal emoción, una técnica tan perfecta y tan jugosa que, de un golpe, la rehabilita a los ojos de sus contemporáneos. Incluso recibió de ellos una admiración muy raramente concedida a un pintor con el que se codeaban.
La vida familiar le inspira escenas de género muy enternecedoras, tomadas del natural, como Bendición, cuya atmósfera de piedad hace pensar en el misticismo de los primitivos, pero con más intimidad. Citemos dentro de estas características otras obras como La proveedora, El dibujante, El niño, La madre laboriosa (imagen reproducida)…
El artista no va muy lejos a buscar su tema; la tranquilidad del su hogar de pequeño burgués le es suficiente. Una mañana, en su cocina encuentra su famosa Raya y la pinta como la ve, igual que Rembrandt pintó su Buey. El dibujo de Chardin es envolvente y continuado. Traza con fuerza la forma de los volúmenes y les sabe dar la amplitud deseada.
Al igual que los venecianos y que Rembrandt, Chardin esbozaba su tela en gris, y la ejecutaba al aceite que dejaba secar por largo tiempo. La coloreaba después utilizando medios empastes para acentuar las luces. Después de un reposo de algunas semanas aplicaba, sobre todas las partes sombreadas, una veladura cálida destinada a hacerlas más transparentes, a colorearlas más intensamente, a armonizarlas entre ellas y a equilibrar por contraste los planos iluminados. Esta paciencia de trabajo es la que le permitió obtener una pasta ligeramente áspera que la acción del tiempo ha cristalizado y cuyo esmalte hace de un cuadro de Chardin un objeto de arte muy precioso.
(René-X. Prinet, 1951 - Los cuadros mencionados se encuentran en el Louvre)

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